Para la misión del anuncio del evangelio no hay jerarquías. No se puede estar esperando que se institucionalice algo para que uno se sienta comisionado a anunciar el evangelio. En esa tarea no hay distinción entre hombres y mujeres. Estar disponibles no adviene por si uno está ordenado o no. El Espíritu actúa y empuja a la misión sin más. Basta, casi nada, con recibirlo y ponerse en camino.
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